Comentario
Dos tercios del total de los inmigrantes extracomunitarios establecidos en Europa proceden del Magreb y de Turquía. La ribera sur del Mediterráneo se configura como espacio emigratorio de primer orden y el más relevante para el continente europeo. El principal destino de estas migraciones ha sido Francia, donde aparece la mayor concentración de inmigrantes magrebíes, aunque su presencia es también significativa en Bélgica, Holanda, Suiza y, cada vez más, en Italia y España. Los inmigrantes turcos han tenido a Alemania como destino tradicional. La intensidad de estas migraciones va en aumento por la situación económica y demográfica de aquellos países de la ribera sur del Mediterráneo, en vías de desarrollo. Argelia, Marruecos y Túnez, los principales emisores de emigrantes, experimentaron durante los años sesenta y setenta un crecimiento económico vigoroso, ayudado por los altos precios que en el mercado internacional alcanzaron los fosfatos e hidrocarburos y por los favorables términos del intercambio efectuado.A lo largo de estas décadas sus economías crecieron de forma sostenida, mejoraron de manera sensible los niveles de vida, los educativos, la ingesta per cápita y, en general, todos los indicadores sociales. El crecimiento económico sostenido se tradujo en un cambio estructural: las sociedades consideradas dejaron de ser estrictamente agrarias para convertirse en semiindustriales y semiurbanas.Con la caída de los precios de los hidrocarburos (y en Marruecos de los fosfatos) a partir de 1981 y, con mayor intensidad, tras su desplome en 1986, se iniciaba en estos países una grave recesión económica. Las consecuencias inmediatas han sido el descenso de las tasas de crecimiento, un fuerte constreñimiento de las inversiones, aumento del desempleo, reducción del consumo privado, declive de las exportaciones, disminución de la producción total, déficit presupuestario, incremento en los precios de los productos básicos, inflación, desequilibrio de las cuentas exteriores...Las tendencias demográficas agravan los problemas económicos y agudizan las tensiones sociales en la zona. Todos estos países se encuentran inmersos en el proceso histórico conocido como transición demográfica, en el que se une el descenso de la mortalidad con el mantenimiento de altas tasas de fecundidad, dando por resultado un crecimiento de la población muy elevado. La población crece mucho más rápidamente que la economía, y la población activa más rápidamente todavía que la población total, con lo que la presión sobre el empleo resulta cada vez más insoportable. El desempleo juvenil se acerca, en algún caso, a niveles próximos al 80%. El rápido crecimiento de la población, y máxime en tiempos de escasez, presiona duramente sobre las infraestructuras sociales, agrava los problemas de vivienda e incide sobre los sistemas de protección social allí donde se habían puesto en funcionamiento.De esta situación resulta una alta propensión a emigrar: en el plano individual, para escapar de la pobreza y del desempleo o para tratar de satisfacer expectativas de bienestar y consumo; en un plano agregado, para generar remesas y relajar la presión a que se ve sometido el mercado de trabajo magrebí. Las remesas llegan a suponer hasta un 5% más del PIB, lo que subraya su importancia para equilibrar la balanza de pagos. La extensión de "networks" o redes migratorias puede resultar decisiva para posibles migraciones de cara al futuro.Europa es escenario asimismo de migraciones internas procedentes del Este. Desde el final de la II Guerra Mundial y hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la Unión Soviética y los países que permanecían bajo su órbita de influencia fueron derramando un goteo constante e ininterrumpido de emigrantes. Entre 1946 y 1989 los antiguos satélites de la URSS perdieron 10 millones de habitantes, el 10% de su población total. A pesar de lo considerable de estas cifras, el hecho era silenciado tanto por las autoridades del bloque comunista como por las de Europa occidental. Hablar de ello significaba para los primeros el reconocimiento de un fracaso de cara al exterior, mientras que los segundos, si bien podían beneficiarse políticamente de este goteo, trataban de proteger la suerte de los actores de la emigración, considerándoles como disidentes políticos en sus Estados de origen.Aquella emigración afectó de forma muy diferente a unos y otros países. La República Democrática Alemana es la que sufrió las mayores pérdidas: desde su nacimiento hasta su desaparición, la RDA perdió cuatro millones de habitantes, es decir, un cuarto de su población inicial. Polonia, un país con una tradición migratoria secular, tuvo una merma -entre 1946 y 1989- de dos millones de habitantes. Hungría y Checoslovaquia generaron una importante oleada de emigración a partir de la invasión soviética de la primera en 1956 y del aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968. Los menos afectados por la emigración de los antiguos satélites de la URSS fueron Rumania y Bulgaria; aún así, tanto en una como en otra se produjeron movimientos migratorios. A lo largo de la dictadura de Ceaucescu (1966-1989) abandonaron Rumania 300.000 personas, mientras que en Bulgaria la emigración afectó básicamente a la minoría turca.La inmigración en los países del Este tampoco era totalmente inexistente, aunque sí escasa. Se trataba de inmigrantes procedentes de los países "hermanos" que se reclutaban, en muchos casos, durante períodos de tiempo determinados y en sectores concretos de la producción. En 1989 en el bloque soviético había 300.000 vietnamitas; a éstos les seguían en número angoleños y cubanos.El hundimiento del bloque del Este, simbolizado en la caída del muro de Berlín, jugó un papel esencial en la evolución de los flujos y de los modelos migratorios. A partir de esta fecha aparece una serie de novedades significativas con respecto al período anterior. En primer término se trata de cambios cuantitativos: en torno a la emigración de los países del Este se produce un cambio de escala. Si a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta las salidas de la zona soviética afectaban a 100.000 personas por año; diez años más tarde, entre 1989 y 1990, van a afectar a un millón. Pero las novedades son también cualitativas: la emigración dejará de ser un fenómeno casi exclusivamente alemán y se generalizará al conjunto de los países satélites.Junto a ello, se produce un cambio en la actitud de la Unión Soviética que, hasta el momento, se había mantenido ausente del movimiento de personas y totalmente hermética, y que a partir de esta fecha se va a abrir poco a poco al exterior y a participar en la emigración, aumentando el número de visados de salida y legislando al respecto. Por otra parte, se produce un nuevo corte, o una nueva ruptura en Europa. Cambia también la clasificación de los países de salida. Hasta 1989 el principal país en este sentido era la RDA que pasó, de hecho, a integrarse en el mundo occidental al ser absorbida por la RFA. En 1990 figuraba a la cabeza de los emisores de emigrantes la Unión Soviética. Se produce, por último, un cambio en la imagen del emigrante. Vista desde el Este la emigración ya no es percibida como una traición sino como un cambio, mientras que en Occidente los que antes eran valorados como héroes políticos son percibidos hoy, en buena medida, como un nuevo contingente de gente pobre que huye de la miseria.La oleada migratoria procedente del Este a partir del año clave de 1989 ha afectado de forma muy diferente a los países de llegada. El más conmovido por la avalancha, a gran distancia del resto, ha sido Alemania, la gran beneficiaria de la desintegración del bloque soviético. Entre 1950 y 1989 Alemania había recogido ocho millones de emigrantes, más de una tercera parte de ellos de origen alemán, procedentes de la RDA ("Übersiedler") o de territorios como Polonia, Hungría, Rumania y la Unión Soviética ("Aussiedler"). Un millón más llegaría a Alemania entre 1989 y 1990. En segundo lugar se ha visto afectado Israel: sólo en 1990 recibió 180.000 inmigrantes -judíos soviéticos-, casi la misma cantidad que había llegado entre 1952 y 1984.Para este país, que intenta reconstruir el equilibrio entre la comunidad hebrea y la comunidad árabe, la llegada masiva de estos emigrantes resulta ser una aportación inestimable. A continuación se sitúan los Estados Unidos, que han abierto el cupo de entrada a los emigrantes de alta cualificación para absorber "cerebros" del Este. En una posición análoga a la de Estados Unidos se encuentra Canadá, a donde han acudido principalmente polacos. Austria figura inmediatamente después como país de acogida. Actualmente es el principal receptor de las víctimas de la guerra civil de la ex Yugoslavia. Ya a una distancia considerable en la lista de receptores se sitúan Australia, Africa del Sur, Zimbabwe, Francia... con corrientes claramente inferiores a las de los anteriores países. De esta forma, el mundo germánico parece jugar el papel de filtro de la emigración del Este de Europa.Las últimas migraciones del Este se han caracterizado por su heterogeneidad: aparecen formando parte de ellas "cerebros", clases medias, técnicos, mano de obra poco cualificada... No es fácil, sin embargo, diferenciar la migración de mano de obra banal del éxodo de "cerebros", ya que los inmigrantes cualificados del Este han aceptado una gran descalificación profesional en los países de acogida. Se puede, no obstante, hacer una diferenciación entre distintas tipologías. Por un lado habría que hablar de una emigración étnica, inseparable de los movimientos de refugiados etnoculturales, como las salidas de judíos soviéticos hacia Israel y Estados Unidos; de personas de origen alemán procedentes de la URSS, de Polonia, de Hungría, de Rumania o de Checoslovaquia hacia Alemania; de húngaros de Rumania, turcos de Bulgaria, armenios de la URSS...Este tipo de movimientos suele ser de los mejor organizados y controlados, ya que puede ser objeto de acuerdos bilaterales entre el país de salida y el de acogida. Existe también una migración económica, fruto de la reestructuración de los países que integraban el antiguo bloque comunista. En algunos casos este tipo de migraciones ha sido controlado a base de contratos de trabajo negociados, como sucede con la agricultura holandesa, que emplea trabajadores inmigrantes para la recogida de tulipanes. Hay, por último, un tipo de emigración política, nada controlable y producto del clima de degradación que sufren ciertos países, que afecta fundamentalmente a la ex URSS y a la ex Yugoslavia.Ante el incremento de esta fuente de inmigración, los países europeos han reaccionado adoptando una serie de actitudes que caracterizan el deseo de controlar el movimiento de personas procedentes del Este: la concertación, la cooperación y el arbitraje con el Sur. Por medio de la concertación se intenta coordinar la lucha contra la inmigración clandestina Este-Oeste y armonizar las políticas migratorias de los distintos países afectados. A su vez, los países europeos del Oeste han puesto en marcha programas de cooperación regional bi y multilateral con los países de salida, como el Programa Copérnico, que gestiona los cambios interuniversitarios para luchar contra el éxodo de cerebros.Los países receptores tratan, por último, de llevar a cabo el arbitraje entre el Este y el Sur. Difícilmente puede mantener Europa una cierta apertura hacia los inmigrantes del Este a la vez que adopta posiciones rígidas de control con respecto a los países del Sur en virtud de los acuerdos suscritos en 1985 en Schengen. Existe, sin embargo, una mayor disponibilidad para acoger a las poblaciones del Este por ser también mayores sus posibilidades de integración: poseen un nivel de formación semejante, están acostumbradas a una gran disciplina en el trabajo y no hay tantas posibilidades de que nazcan resentimientos por contenciosos históricos, como sucedió en Francia con los argelinos.Una serie de elementos hacen pensar que los potenciales migratorios del antiguo bloque comunista son considerables, aún a pesar de las limitaciones impuestas en los países de salida (lentitud y complejidad de los trámites, coste del pasaporte, no convertibilidad del rublo, insuficiencia de medios de transporte individuales, control del proceso por parte del KGB...), y aún a pesar de las circunstancias que concurren en los países de llegada, con una capacidad de acogida limitada y afectados por la crisis económica y altos índices de paro. Sin embargo, se da en el Este una necesidad de formación de técnicos capaces de llenar los vacíos de la estructura profesional y necesarios para la creación del tejido económico, que previsiblemente tendrán que incorporarse a los circuitos de aprendizaje concentrados en Occidente y, sobre todo, en Europa, por su mayor proximidad geográfica y cultural.La posibilidad de que se produzcan nuevos éxodos políticos no es, por otra parte, descartase, sobre todo en los países mosaico, como la ex Yugoslavia o la ex URSS, donde la penuria crónica, las tensiones nacionalistas y la voluntad de emancipación de las repúblicas periféricas se combinan empañando el futuro. Tampoco es descartable la posibilidad de continuidad de migraciones étnicas de comunidades que tienen lazos firmes o relaciones establecidas con el Oeste. El retraso económico de los países del Este empuja a su vez a la salida: la creación de un tejido económico más productivo puede contribuir a expulsar a cantidades importantes de población.No hay que olvidar, por último, el potencial demográfico: los cuatrocientos millones de habitantes de la vieja Europa sovietizada tienen un dinamismo mayor que los de la Europa del Oeste aún cuando, a diferencia de lo que se observa en los países del Sur, la situación demográfica de los primeros no parece adecuada para engendrar por sí sola una presión estructural a la salida. Sí puede invitar a ella el factor histórico en países como Polonia o la ex Yugoslavia, que han sido tradicionalmente países de emigración y tienen establecidos vínculos importantes con el exterior. La diáspora polaca que vive fuera del territorio nacional comprende unos diez millones de personas establecidas en los países más desarrollados del mundo occidental. La existencia de esta red podría jugar un papel de reclamo nada desdeñable.